Por Miguel Ángel Blancourt Aguirre
INTRODUCCION
Carlos Mesa, entre otros, criticaron duramente no solo la emisión del Decreto Supremo Nº 241, del 5 de agosto, que reglamenta todos los aspectos relacionados a los símbolos patrios, sino a la gente que votó por la Nueva Constitución por no haberse percatado -según él- del enorme equívoco cometido al aceptar a la wiphala como símbolo patrio, la misma que, fuera de no representar a todo el país, ni siquiera tiene un origen claro que permita legitimarla como representativa de los pueblos indígenas del altiplano de Bolivia.
La mayoría de los medios privados de comunicación reflejaron estas opiniones, auspiciando frases altisonantes tendientes a manipular la opinión pública, confirmando las ideas de Chomsky acerca del papel de los medios en la manipulación de la gente.
Se hace necesario plantear un debate que analice este tema desde un punto de vista neutral, que analice cuál es la identidad nacional que los símbolos patrios buscan representar para ver si éstos poseen la legitimidad que tanto se le reclama a la wiphala.
EL RETRATO REPUBLICANO DE LA BOLIVIANIDAD
Dando algunas pautas para el debate, cabe recordar que Bolivia nació con el nombre de Bolívar en 1825. El héroe del mismo nombre fue la personificació n del poder constituyente de Bolivia, pues estuvo a cargo de la redacción de la primera carta fundamental. Precisamente esta primera ley es la que retrataba las características de los bolivianos: ciudadanos que hablan español, que saben leer y escribir y que percibían anualmente cierto nivel de renta.
Si tomamos en cuenta este retrato del ciudadano boliviano, tendríamos que coincidir en que menos del 20% de la población boliviana de ese entonces, eran considerados como tales.
Esto retrataba también el hecho de que se prescindió completamente de la opinión de los indígenas en la decisión de fundar un Estado al que debían estar sometidos y que, de hecho, fueron sometidos desde el principio.
Los indígenas no se apropiaron de la idea de ser bolivianos, porque esa idea les era ajena. Al contrario; toda nuestra historia republicana está plagada de episodios, más o menos conocidos, acerca de las luchas indígenas por autodeterminació n.
CÓMO SE HIZO PAÍS ENARBOLANDO LA BANDERA
La bandera boliviana, tal como la conocemos hoy, fue adoptada en el año 1851 y su uso se reglamentó mediante un decreto de julio de 1888. Su legitimación como símbolo patrio, junto con la consolidación del poder del Estado sobre el territorio, se la realizó en varios episodios.
Uno de esos episodios, ocurrió cuatro años luego. En 1892 el pueblo guaraní tuvo -tal vez- su primer contacto oficial con el Estado boliviano, del que se enteraron que formaban parte. Para ello, el Estado boliviano dispuso que una comisión especial fuera a explicarles, aunque no con mucha amabilidad, que debían someterse a las leyes bolivianas. Esa comisión especial fue el propio ejército que, enarbolando la rojo, amarillo y verde, sin decir nada previo, fue a masacrarlos en lo que se conoce hoy como la masacre de Kuruyuki. Tal fue la pérdida para los chiriguanos, que se cree que este pueblo legendariamente indómito, fue diezmado casi hasta el exterminio; más de 7000 chiriguanos perecieron. De hecho, Fernández Sanabria cree que la masacre de Kuruyuki significa el exterminio de los chiriguanos como nación independiente y otro considera que la demografía chiriguana se está recuperando de esta masacre recién desde hace 20 años atrás.
Aproximadamente 40 años más tarde, cuando Bolivia se hallaba ya muy metida en las emergencias de la Guerra del Chaco, brigadas de reclutamiento, enarbolando la rojo, amarillo y verde, patrullaban el altiplano cazando indígenas para enviarlos al frente, sin importarles si estaban de acuerdo o no.
La madre patria, cuyos representantes desde la década de 1870 habían decidido rematar las tierras de comunidad y someter a los indígenas de las tierras altas, a un régimen de esclavitud que duraría aproximadamente cien años, que les negaba el derecho a la educación y a intervenir en la elección de los representantes nacionales, ahora les exigía que vayan a sacar cara por ella en las arenas del Chaco. Precisamente esta sociedad boliviana, atrasada y precapitalista, construida sobre las espaldas de los indígenas, es la que se vio retratada en el frente de batalla: los indígenas estaban a cargo de abrir caminos y zanjas y, luego, ir al frente para formar el primer escudo contra las balas enemigas; mientras que los citadinos intervenían en la batalla, cuando la carne de cañón se acababa.
Así se construyó la mentada bolivianidad a lo largo de nuestra historia: obligando con las armas, matando y oprimiendo; nunca a través del diálogo, nunca a través del acuerdo, y en muchos de estos episodios el nombre de Bolivia y los colores de la bandera representaron, para el indígena, el símbolo de la opresión y de la matanza.
LA ROJO, AMARILLO Y VERDE Y LA WIPHALA: FRENTE A FRENTE
Personalmente, creo que la adoración que algunos hacen de los símbolos patrios es el producto de la perversión del civismo, inculcado por el sistema educativo oficial. Eso no quiere decir que no los respete; los símbolos patrios, por la historia positiva que representan, merecen respeto, pero su personificació n y veneración fanática es algo con lo que no estoy de acuerdo.
Pero en realidad, si bien yo respeto la bandera, no estoy dispuesto a exigir o a imponer a otros el respeto por un símbolo que fue usado en la consolidación violenta del Estado boliviano, como rector de todas las almas y tierras comprendidas en su territorio. Sería como exigirle a una víctima que cuelgue un retrato de su victimario en el lugar preferido de su casa y que además le rinda honores, y si es que hoy en día vemos la tricolor hondeando en los territorios indígenas, sabemos ahora que esto se originó como una imposición, más allá del respeto que los indígenas puedan tener, o no, por este símbolo.
Durante los primeros días de agosto de este año, la wiphala y la tricolor quisieron ser enfrentadas a partir de lo que representan, pero el debate no fue imparcial: se ha cuestionado la legitimidad de la wiphala como símbolo representativo, no solo de Bolivia, sino de los propios indígenas de occidente, intentando mostrar que es una copia advenediza de otros símbolos o que su origen es reciente.
QUÉ REPRESENTA UNA BANDERA Y CUÁL DEBE SER SU ORIGEN
En ningún manual oficial se dice que la bandera, como símbolo patrio, debe tener un origen místico, totalmente documentado y que se hunda en la historia de las primeras edades de la humanidad. Y eso es precisamente lo que se le reclama al origen de la wiphala, para que se le reconozca el derecho a ser símbolo patrio.
Si analizamos el origen del tricolor, nos encontraremos con el desencanto de que su origen es tan poco romántico o místico como el de la wiphala; pero considero que ninguno de estos atributos en realidad marcan la legitimidad de un símbolo. Cuando uno adopta un símbolo, como por ejemplo la Salamandra, lo que se busca es plasmar una metáfora visual que tenga un significado sublime para quien lo utiliza. Creo que eso es suficiente para que otros puedan respetar ese símbolo como legítimo para quien lo usa.
Se dirá que en el caso de la wiphala, ésta no representa a toda Bolivia, pero lo cierto es que representa a una parte y a una muy grande. Ciertamente me parece un error que su uso sea obligatorio para las instituciones del nivel central del Estado en todo el territorio nacional (más allá de si esta instrucción se cumpla o no), pero es evidente también que aquella imposición que muchos objetan como indignante, es aquella misma imposición que los indígenas de tierras altas sufrieron a lo largo de la historia de Bolivia y respecto a la que nadie de este lado reclamó. Tal vez sea la indignación del tradicional opresor: lo normal y aceptable es que los indígenas acepten y adopten todo lo nuestro: idioma, nombre, bandera, sistema educativo, etc., pero lo inaudito es que el indígena imponga, desde su situación desventajosa, un símbolo propio para que figure al lado de la tricolor con la que el Estado boliviano siempre los oprimió.
Tomando en cuenta el pluranacionalismo que nuestra Constitución adopta como principio y característica de Bolivia, no debería causar tantos resquemores el hecho de ver la wiphala al lado de la bandera, y tal vez debamos aprender la tolerancia que los indígenas demostraron a lo largo de la historia cuando adoptaron la tricolor como símbolo propio, a pesar de las atrocidades que se cometieron en su contra con la tricolor al frente.